La vida es muy corta para preocuparse por todo es lo que le solían decir a Marilyn cada vez que tenía cualquier problema. Había muchas personas a su alrededor, pero aquello no impedía que esa espina amarga se clavara en su pecho haciéndola sangrar. Le gustaría poder contar sus preocupaciones a alguien pero nunca era la persona correcta o el momento idóneo. Muchas veces cuando intento decirles sus preocupaciones a aquellos que llamaba amigos estos le respondieron de manera indiferente.
-Marilyn déjate de calentarte la cabeza con cosas insignificantes. Mejor termínate esa lata de cerveza y veras como esos pequeños problemas se esfumarán mágicamente.
-Es-Está bien- mientras se acurrucaba mucho mas sobre si misma en el sillón sintiendo nuevamente que a nadie le interesaban realmente sus problemas.
Ni si quiera sus asuntos problemáticos le importaban a su madre a quien tenía que visitar cada semana casi como una obligación moral. Desde pequeña sus sentimientos fueron minimizados y pisoteados. Lo que la ha llevado a tener una autoestima que rozaba en el suelo. Los demás la consideran una chica divertida y relajada, pero aquello es solo una mascara para que las personas no la dejen sola.
Odia la hora de ir a acostarse pues tiene que lidiar con aquellos pensamientos que le gritan que no le interesa a ninguna persona. Los sentimientos en su interior estaban hechos un caos, pero se los guarda pues es completamente consciente de que en realidad no tienen importancia para nadie y por ende para si misma no deberían incordiarle tampoco.
Entonces una vez por alguna casualidad entablo una conversación con una chica que la hizo sentir como si sus problemas de verdad le interesaran a alguien. Pues aquella joven realmente le importó Marilyn no porque fuera simpática, sino por que compartían aquella mitrada solitaria. Aquella que grita que necesita a alguien que pueda comprender o hacer el intento de entender el mundo ajeno.
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